El sueño de la razón no sólo produce monstruos

domingo, 12 de febrero de 2012

"El despertar" capítulo 1. Lo salvaje

Todo estaba pasando sin mi consentimiento. Los días, el tiempo, los libros, la luz. La emoción hervía en ráfagas inconstantes que emborrachaban a mis sueños. Me levantaba con grandes dudas, interrogantes inconformes, que me hacen aún sudar, algunas noches, de golpe violentamente.
Sabía y no sabía en qué pensar. Sabía de la forma que se saben las cosas cuando te sientas a pensar y piensas. Y a veces una frase lúcida entre tanto espesor. Pero luego la nada. La niebla. Y caminar sin algún sentido, como no tocando con mis pies mis botas. Caminar hacia adelante firme pero sin ver absolutamente nada.

De la forma más casual decidí hacer esa visita. Hacía semanas que tenía otros planes. Incluso había renunciado a un fin de semana en Madrid, con esa gente tan interesante que hablaba de cambiar la sociedad y cosas que me gustan. No, no me podía quedar porque tenía otros planes. Qué fastidio.
Pero ya con las manos sobre el volante, decidí cambiar mi destino. Así, sin más razones que la convicción intuitiva. Y ese pequeño cambio fue la primera letra de otra historia.

Dos días en ese pueblo, de los que no habría grandes líneas que narrar. Un lugar más bien gris; con una gente estupenda, eso sí. Pero no fue lo que pasó allí, ni con quién. Fué lo que se desencadenó dentro de mí. Quizás ese niño y su fuerza detonaran la puerta que bloqueba lo salvaje. De pronto se clareó la espesa niebla y pude ver los barrotes que me rodeaban. Me sentí como un animal enjaulado. Quería echar las manos al suelo y aullar, morder, correr.
Durante un par de noches no logré conciliar el sueño. Consumía cigarrillos hasta el amanecer, tratando de reconocer qué era todo aquello que estaba recordando tan vívidamente y que jamás había vivido. Palabras como "fuerza", "salvaje"... entraban por mis entrañas estirándose y encogiéndose, desgarrando las cadenas de mi mente.

Esa semana se desordenaron todos los astros de mi firmamento, se redibujaron las constelaciones y acaecieron grandes cambios. Si tratara de explicarlo en una imagen, diría que sentí cómo se sacudían los caminos posibles y paralelos de mi existencia y, al concluir el fuerte temblor, quedaban las líneas unas sobre otras, con nuevos puentes tendidos en los cruces; con algo menos de niebla alrededor. Mi sangre cambió de densidad, de temperatura y de velocidad. Me transpasaban (y ahora son parte de mí) rugidos y aullidos. Sin crecer me crecían garras. Lo salvaje atravesaba mis entrañas.
Ante mí, se hacían evidentes los caminos y el presente, casi desnudos. Vi cómo se descascarillaban los prejuicios mamados, los años vividos. Sentí dolor. El dolor de desconocer lo que ocurría y de temer quedarme hundida, despellejándome de mi mundo ya por siempre. Comencé a odiar lo que me rodeaba, a enfurecerme por sus comportamientos, por sus valores, por sus acciones. Comprendí lo importante que importa, y descubrí lo enterrado que había quedado bajo nuestra sociedad.
Vomité conceptos asumidos. Y me quedé en blanco, limpia, con los ojos de un niño. y no saber nada sentí un gran alivio. Tras la incomprensión, el desconocimiento, la rabia y el rechazo, llegó la evidencia y, con ella, la paz. Mientras, en mi interior, crecia lo salvaje.

Tracé un plan, a pura pelea de perros con mi Impaciencia. Librábamos -y aún lo hacemos- ella y yo dolorosas batallas que tambaleaban mis rumbos. Pero nunca he gustado de dejar nada a medias, y Compromiso sentenciaba siempre que debía terminar lo empezado. Impaciencia cedía entonces, rechinando los dientes de pura rabia, e Intuición susurraba que me iría en el momento adecuado.