El sueño de la razón no sólo produce monstruos

sábado, 29 de octubre de 2016

Sintonizo

Quiero un transistor. De los de pilas, de los que viajan en las batas de las enfermeras. Llevo semanas con el zumbido del deseo aleteando entre mis quehaceres. De vez en cuando saco el tema, sin mucha conexión con la línea argumental de la conversación, como un aullido de auxilio, un whatsapp al amigo que está lejos, que te recuerda que no lo olvidas.
Entro en tiendas de segunda mano y primera venta. Miro olvidados escaparates con aparatos  electrónicos, obscenos frente a la sencillez de mi transistor. Cierro los ojos y me imagino las mañanas del baño a la cocina, de la cocina al baño, del cuarto al salón... y Pepa Bueno que se viene conmigo; pasea por mi casa y nunca deja de hablarme, alto y sin pelusas.

Por fin, la semana pasada lo encuentro: 9 euros, 2 pilas y 30 cm de antena. No más grande que dos naipes sobre una mesa.
Señalo el aparato en el escaparate. Pido probarlo. Usa un palo siniestro y atrapa con destreza la caja en la vitrina. Saca dos baterías de un cajón. Se cae una al suelo. Está tardando más de lo necesario: al  abrir la caja, sacar la bolsa, despegar el celo, despegar el celo, despegar el celo... ¡Ya está fuera! Ponle pilas, una primero... no, así no. Al revés. Se lo digo. Me río. La otra pila. Vamos ¡Ahí está! Giro la rueda hasta alcanzar  algún dial con claridad. Joder, qué emoción. Suena realmente bien. Subo el volumen hasta el límite para experimentar la potencia de  la fiera. ¡Qué rugido!
Pago. Es perfecto. Lo mete en una bolsa protectora, pega el celo con cuidado. Adjunta las instrucciones. Falla una, dos y hasta tres veces en embutir en embutir el material en la caja. Cerrada. no quiero bolsa. Doy saltitos, un ritual aprendido de mi  madre para celebrar las alegrías de la vida, y vuelo al hogar. Casi te estoy oyendo, Pepa,