El sueño de la razón no sólo produce monstruos

martes, 27 de noviembre de 2012

"El despertar" capítulo 4. Atemporalidad 1

"Si todos los hombres fuéramos vulnerables por un momento"

Tan sólo por un instante quedamos hasta el último de nosotros desprovistos de cadenas: sin miedo, sin inseguridad, sin egoísmo.

Ocurrió cuando acercaba mi mano al plato lleno de ginguba. De verdad creo que duró un instante, y recuerdo perfectamente que acercaba mi mano porque miraba los dedos hacer contraste sobre el rojo o el marrón del fruto tostado. Describir el color de la ginguba es algo complicadísimo: es como si hubiera perdido toda su rojura pero supieras que la tuvo en otro momento distinto al de hoy; creo que porque mantiene la intensidad. Algo así como un viejo. O como ver algo rojo brillante detrás de una tela casi opaca, que vendría a ser algo así como otro viejo. Ya entonces me quedé pensando en la complejidad del color de la ginguba (¡quién no hubiera hecho lo mismo!) y fue justo en ese instante en el que pasó lo de los hombres. Claro que yo no tuve tiempo de levantar la vista.

Todos se miraron con la inocencia cristalina y sonreían sin pudor. Los hombres de bigote daban abrazos y se hacían pis encima, descontrolado el gozo. Una mujer que ya no creía en la verdad tras las palabras escuchó los versos enfervorecidos de los hombres que no sabían amar. Aquellos que tenían miedo de bailar destrozaron sus zapatos. La pija de mi vecina daba volteretas dejando resbalar sus mocos por las baldosas del pasillo. Los señores estirados se morían de risa, y gritaban palabrotas sin sentido al aire, que a su vez se transformaban en besos que caían sobre las caras ajadas de las mujeres que trabajan detrás de las ventanillas. Te dije que te quiero. Que me encantaría compartir contigo una eternidad, o mil instantes... Tú hablabas, abrazándome como un loco en celo, y te habías olvidado de que tenías esa costra de frialdad que me hace a veces sentirte tan lejos. El pasado no nos pesaba sobre los besos y el futuro dejó de aullarnos despavorido de miedo tras las orejas. Sobre todo el futuro... eso sí que fue distinto, porque mañana nunca más fue importante. 

sábado, 10 de noviembre de 2012

"El despertar" capítulo 2. Días tras días 4

·El color de tu mirada·

El mundo no es subjetivo. Para eso ya estamos nosotros, que interpretamos su ser como crueldad, belleza, injusticia...
Caminé unas horas por las calles de Madrid, y buscando expresar mi borrachera de sensaciones escribí algo así:
Clotidéricos misóntronos par tolos catos. ¡Me sustrigola la astamatría! ¡Dérdicos, políclotos! Cuamofétilo estasódico... Nimo, benta das olacórides, isóstroco de lis. Cuánpito dido miso e lusicómolo poreado. Mapo. Maso. Lirolériroriróoooo...
 Me recorría una boba emoción esdrújula. La información centelleaba. Se había despertado de nuevo mi curiosidad por escenarios que antes pálidos, que antes planos. Me lo explicaba así:

Burbulióricos de mortimo setalan as pezas. Measovedú, tealepá. Y amorriloco vitetro.
Y que si ayer y antes de ayer todo repetido; y que si cuando miras mucho ya no ves... Había una película que no cambiaba de escenario, y al terminar te preguntaban si en la habitación había ventana y no eras capaz de recordar. Aquí el cerebro hace un poco por optimizar y cuando las cosas no sufren grandes alteracione, las cosas desaparecen. Qué atrevimiento... mira que lo más trascente ocurre muy lento, casi parado. Entonces, si quieres entenderlo, te tienes que quedar casi parado tú también. Más o menos eternamente. Así esas cosas que están en movimientos bruscos son las que dejan de existir y comienzas a ver lo otro. Lo de una eternidad parece mucho, pero luego vas y no te das ni cuenta.

Atardecer en Damba María
Hay gente que no ve que atardece...