El sueño de la razón no sólo produce monstruos

sábado, 19 de enero de 2013

"El despertar" capítulo 3. El viaje: Senegal 1

· La misma África... pero tan distinta·

Aeropuerto de Barajas
Comienzo a ser consiente de este nuevo destino del viaje, aunque no demasiado.  Mis pensamientos se pasean insistentes por los últimos días y calles de Benguela. Recogen algunos recuerdos, se traban impertinentemente en momentos, palabras, personas... se transformas en reflexiones, deformadas ya por la distancia. Hay tanto todavía por vivir allí...
Esta vez Madrid no supo sorprenderme. Volvía a ser esa ciudad opaca de cemento, vomitada de luces. Y encima el frío. Conforme aprendo a saborear aquellas tierras del sur, este norte me resulta más insípido.

Pensión Thially. Dakar
Infinitamente diferente. Dakar, ciudad de predios bajos, carros de mil colores, gente amable, estructuras temporales... Retales sobre retales. Todo parece reciclado, o repintado, o reutilizado. En el centro algún edificio más alto, construcciones a medias, muchos coches y humo... pero todas las dimensiones bastante humanas, escalas próximas. Las personas me ayudan: alguien me acompañó a la place de la Independence; alguien pagó mi billete en el autobús; alguien me invitó a comer de un gran recipiente lleno de fideos y carne muy picante. Hubo quien me enseñó una isla meticulosamente a cambio de un saco de arroz para los niños del barrio. Recorro la ciudad durante varias horas de autobuses que, con posturas imposibles, atraviesan las estrechas calles emborrachadas de pitidos. Primer episodio de las horas que llegarán a ser interminables en medios de transporte, recorriendo el país.

Autocarros en calle de Dakar

En aquella isla hay hombres que trabajan la madera, las telas, los colores... la imaginación con imaginación. Alguien tras otro alguien me indica amablemente cómo llegar a la pensión, ya de noche. Ni un beso al aire.
Allí, once abuelos franceses conversan animadamente y entre gestos educados a la par que sencillos. Se me hace difícil distinguir a unos de otros y pienso que, si en este momento sacaran a alguno repetido, casi no podría darme cuenta. Los abuelos y abuelas franceses son muy diferentes de los abuelos y abuelas españoles porque aquéllos siempre tienen mucho pelo y es gris. Y más cosas.
Observo durante mucho rato, con un café tuba que pica un poco y me gusta durante unos días. Veo gente pasar en un flujo tranquilo y continuo... Me siento en esa incómoda banqueta en el momento que una mamá empieza a cocinar. Durante más de una hora, corta y selecciona verduras, prepara un molho, coce arroz, fríe algunos trozos de pescado, cambia y marea caldos de un recipiente a otro... el hambre aprieta. El tiempo parece flotar sin gravedad entre el calor y tras aquellas telas.

Viaje a Diattocounda
Mi brújula es un papel, escritos dos nombres: Diattocounda y Moussa. Más tarde me aclaran que Moussa es el nombre que aquí ponen al primer hijo... Aun así logro llegar.
El barco desde Dakar navega de noche, y de noche es cuando centenares de pájaros negros sobrevuelan la ciudad. Perfilan un escenario apocalíptico al morir del sol. No es fácil conciliar el sueño en las sillas tan erguidas cuando las luces fluorescentes te taladran los párpados. Y aquella tele tiene el volumen bien alto. En la cubierta conozco a un español que me da conversación y bebe cerveza. Compañía grata. Aunque pienso que quizás en este viaje me incomoda secretamente hablar en mi idioma. Me he acostumbrado a la primitiva comunicación por gestos y onomatopeyas.


Pájaros negros. Dakar

Nos arrastramos hasta el amanecer que dibuja ya las orillas exuberantes de un río. Pueblos, canoas y un delfín. Después otro episodio de mis largas horas de viaje. Ahora nos apilamos personas y bultos en el interior de un autocarro. Destino: Diattocounda. De pie y sentados, agarrados unos con otros formando un puzzle en dudoso equilibrio. El calor me sube por la pantorrillas hasta la punta de la nariz. Se sienta una niña con mocos en mis piernas. Le digo: "¡Hola niña con mocos!".

Niña con mocos

Allí mismo, en la carretera, al pie del autocarro que desaparece tras una nube de tierra, pregunto por Moussa. Gente amable, tranquila, hogar... esa sensación ya me la había explicado quien estuvo aquí... Hasta que no estoy tumbada junto a la lumbre, sobre un paño, bebiendo un té de menta y escuchando a millones de estrellas parpadear, no redondeo por completo el significado de esas palabras.
Caminamos por la calle principal, hasta el río. Saluda con tiempo, dedica algún minuto a preguntar por la familia y la salud. La orilla del río tiene agua salada que pruebo a sugerencia de Moussa. Cruzo en una canoa hasta el otro lado... adiós adiós. Nos veremos en España.

En casa de Moussa. Gracias