El sueño de la razón no sólo produce monstruos

lunes, 24 de abril de 2017

Allí y la muerte

Esta mañana las mujeres lloran gritando. No se contienen al expresar su dolor. Algunas penas me desgarran. Otras, he de confesar, asoman en mí algo parecido a la vergüenza. Me debato entre la tristeza profunda y la incredulidad de asistir a una sobreactuada pieza de teatro. Pienso si será que me resulta obsceno el dolor que sale a borbotones. Esa sinceridad pueril contrasta con la discreción que he aprendido desde siempre ante la muerte. Un hombre comienza a hablar y las plañideras retroceden hasta quedar en un murmullo. Dice así:
“- Biografía : nació el 13 de septiembre de 1972, en el municipio de Lobito. Estudió primer ciclo con valores académicos medios en la Escuela de Ensino de Benguela. No continuó el segundo ciclo. Tuvo dos hijos. Trabajó en las siguientes empresas: Cementos Lobito, Construcciones Rua do Sacramento y Materiales Joao S.L., siendo concluidos sus contratos en todas ellas debido a su afición a la bebida. El día 15 de septiembre de 2012 fue ingresado por esa misma causa en el Hospital de Benguela. Le realizaron análisis y parecía que todo se encontraba en orden cuando, estando ya en su casa, sufrió una fuerte recaída. Murió a los dos días de ser hospitalizado ….”
Quedó destripada su vida.
También en casa del líder de la comunidad fui convidada a las celebraciones de un funeral. Era un quinto día. A esa altura, la familia del ausente se dispone a ocuparse de los vivos, los que quedan, habiendo enterrado bien a los muertos. Así que, durante tres jornadas, se prepara un gran festejo para todos aquellos amigos y familiares que estuvieron acompañando en los días difíciles (a veces se suman vecinos y desconocidos). Se derrocha comida y bebida. Hay música y bailes. La gente ríe y canta. Muchas familias despellejan sus ahorros en esto. Todos duermen por el suelo, o en la casa, y la fiesta dura toda la noche, hasta el amanecer.
Aunque, sin duda, la historia que más me impresionó fue la de Mandinho, de cuando el conflicto, allá por el año noventa y tantos.
Llegó un día en la ciudad en la que vivía Mandinho, Cubal, en el que comenzó la guerra, aunque lo hizo despacio. Las mujeres de UNITA bailaron con las banderas de los rebeldes, y el partido en el gobierno, el MPLA, envió algunos hombres de la policía antimotín como medida preventiva. Él estaba en Cubal por aquel entonces porque su padre era viceadministrador del municipio. Colocado allí como cabeza de turco, en un área peligrosa, en un cargo que nadie quería… todo descubierto muchos años después.
Pasaron dos semanas y ningún movimiento. Así que un lunes se replegaron todas las fuerzas del orden enviadas por el Estado central, dejando Cubal desprotegida bajo la insípida vigilancia de los viejos policías municipales. El jueves a las cuatro de la mañana las tropas de UNITA entraban a la ciudad. Comenzaron a oírse tiros y otras sonidos de la guerra.
Las tropas de rebeldes quedaron a 50 metros de su casa, justo en el cruce. Con total impunidad ocuparon los puestos oficiales del MPLA: vistieron sus uniformes, se sentaron en sus coches… Al segundo día de la ocupación, se acercó hasta su casa un alto cargo de UNITA y le dio a Mandinho, que resistía atrincherado, una radio para comunicarse. Blanco angolano, nacido en Cubal, se había ganado la fama de provocador ya antes de que las tropas de UNITA invadieran su tierra. Así que esa madrugada del segundo día de ocupación, huyó hacia las colinas. Su padre contaba:
“Una noche saltan la cerca de la casa dos hombres con uniforme militar y con armas. Con poco sigilo se acercan a la puerta de entrada, intentan abrirla. Toda la familia mantenemos la respiración, acurrucados unos sobre otros en una habitación. Yo, como padre, cojo el arma y me quedo de pie, protegiendo a mis hijas y mi mujer. Escuchamos ruidos que delataban el recorrido de los dos desconocidos alrededor de la casa. Tras unos minutos eternos,éstos salen de la finca, sin descubrir que la puerta de atrás está abierta. Y volvimos a respirar.”
A partir de esa noche quedaron con miedo de dormir en casa. Salían de dos en dos, de tres en tres, como si tan sólo quisieran dar un paseo nocturno por la ciudad. Caminando llegaban a casa de doña Emilia. Los días más complicados utilizaban los túneles que se comunicaban, a través de las viviendas vecinas, con el río. A veces quedaban con las piernas llenas de barro varias horas cobijados en su lecho húmedo, y caminaban hacia atrás para que las pisadas en la orilla no delataran su escondrijo.
Durante muchos días el alimento se redujo a papaya cocida. Mandinho sintió hambre desde su exilio en las montañas. Desesperado por la inanición, mandó buscar a su cuñado, militante de UNITA pero por encima de todo, pensó, su familia. Sus compañeros de huida trataron de persuadirle para que desistiera en su idea:“No te fíes.” El cuñado apareció en su vehículo destartalado. Le hizo subir al coche y lo mató sin vacilar junto a la vía del tren.
Cuando el tren pasó por el lugar en el que yacía el cuerpo inerte de Mandinho, una moza amiga de la familia ve al blanco junto a las vías, y avisa en casa. Los niños van en bicicleta y corriendo hasta allí, reconocen al amigo de la familia y vuelven para dar la noticia, espantados, a casa.
UNITA pasa varias horas sin permitir que se mueva el cuerpo inerte. Se va a pudrir, humillante y rápidamente, con tanto calor… Es necesario que el Padre Abel interceda para conseguir que el cuerpo sea levantado. Finalmente es UNITA la que ofrece un cajón para el entierro. Con una condición: estará prohibido llorar en el funeral. Cuando entierran a Mandinho, su madre escupe entre dientes y murmura con rabia:“Si te ha llevado Dios, descansa en paz. Pero si fue una persona, no tengas paz hasta que te la lleves contigo”.
Tras salir la familia de Mandinho, el cuñado y asesino ocupó la casa en la que vivían. Dormía en su cama, comía en sus platos… Apareció asfixiado en su habitación, la antigua habitación de Mandinho, con sus propias manos alrededor del cuello.

No hay comentarios:

Publicar un comentario